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Autor Tema: Testimonio se supervivientes de Stalingrado  (Leído 11869 veces)

Astil

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Testimonio se supervivientes de Stalingrado
« en: Mayo 25, 2008, 11:02:41 am »

Algunas de las vivencias personales de supervivientes de la Wehrmacht en Stalingrado, que años más tarde relataron sus experiencias.

Supervivientes recuerdan la batalla de Stalingrado
Erich Burkhardt de Oelsnitz
Vi a mis compañeros morir de sed

Texto original: Gerald Praschl


Desde el primer día, luchó Erich Burkhardt en la segunda guerra mundial. Cuando estalló la guerra en septiembre del 39, fue llamado a filas el por aquel entonces mecánico de 20 años. Primero luchó en Francia. En el verano de 1941 marchó al frente Este, hacia Rusia.

Erich Burkhardt: “Desde principios del verano del 42, marchamos con el VI ejército de la Wehrmacht desde Donezk-Becken hacia Stalingrado. El 24 de agosto, con muchas pérdidas, llegamos a Kalatsch. Cuanto más lejos estábamos de la ciudad, más fuerte era la resistencia. Como era uno de los pocos que tenía permiso de conducir, estaba de servicio en el coche del comandante. Hasta que se agotó la gasolina. Desde allí tuve que ir a pie. Nuestra división luchó en el sur de Stalingrado. Cuando a mediados de noviembre supimos, que habíamos sido cercados por los rusos, reímos al principio. Pronto debimos reconocer que nuestra situación era grave. En Navidades perdimos toda esperanza de salir del cerco. El 8 de enero los rusos lanzaron octavillas: ¡Rendíos! En el cautiverio os espera comida, un buen alojamiento, mujeres guapas, y un pronto regreso a casa. El general von Paulus, al mando del sexto ejército, nos ordenó luchar hasta el final. No pensamos en ello demasiado. Porque teníamos más miedo al cautiverio que al infierno del Kessel.”


La lucha por la supervivencia.
Cada día morían cientos de mis compañeros. No era ninguna muerte heroica por el Führer, el pueblo y la madre patria. Simplemente estiraban la pata. Aún tuvimos suerte, mientras estuvimos guarecidos en la ruinas de la ciudad. Lo más desafortunados eran los que les tocó resistir fuera, en la fría estepa. Yo mismo vi como a muchos se les congelaron las piernas, y se arrastraban con las rodillas, para buscar protección en las ruinas. Quien era herido, permanecía sencillamente tumbado. Nadie se ocupaba de ellos. Gritaban hasta que morían desangrados.

El fin.
Algunos de mis compañeros empezaron a suicidarse. Nuestro comandante de división, el general von Hartmann, permaneció de pie a descubierto sobre las vías del tren, esperando la bala que lo matara. El 31 de enero del 43, los rusos ya estaban frente a nuestro sótano. Les lanzamos nuestras armas. Nos sacaron afuera y nos llevaron a la Plaza Roja, en el centro de Stalingrado. Allí vi como los rusos evacuaban al general von Paulus. El hombre que nos había ordenado luchar hasta el final, había decidido rendirse.

En el tren de la muerte a Uzbekistán.
Lo que debí presenciar, fue más horrible que en el Kessel. Los rusos nos cargaron en un tren. 100 hombres por vagón. Apenas nos dieron de comer. Y lo más grave: nada de beber. A través de las tablas de la pared del vagón, que traqueteaba por Rusia, debimos ver como fuera, los rusos llenaban la caldera con agua. Y estábamos allí muriéndonos de sed. Las muertes empezaron. Amontonábamos a los muertos en una pila en el centro del vagón. Pronto no tuvimos fuerzas para mover sus cuerpos. Así que los moribundos, se arrastraban ellos mismos hasta la pila. Los cuerpos de más abajo, empezaron a descomponerse. Cuando después de 22 días llegamos a Uzbekistán y abrieron las puertas, en nuestro vagón solamente quedábamos 6 con vida. 94 habían fallecido. En algunos vagones no sobrevivió nadie.

El horror del campo.
En el campamento de prisioneros apenas había comida. La malaria, el tifus y la disentería se extendían. Desde febrero hasta mayo del 43, de los 6.000 supervivientes del tren, murieron todos menos 1200. A mediados de mayo, fui trasladado a un campo en los Urales. Allí también había trabajo duro y poca comida. Al final perdí 44 kilos. En agosto del 45 tuve por fin suerte. Una médico del campo, certificó que a causa de la desnutrición, estaba muy enfermo y se me permitió volver a casa.

Guardar silencio.
En mi casa de Sachsen se me dijo muy claro, que sería mejor que no dijera nada sobre mis experiencias en los campos soviéticos. El horror de los campos era un tema tabú en la DDR. Sólo a partir de 1990, puede hablar abiertamente del tema. Desde entonces, nos reunimos antiguos soldados que participamos en la batalla de Stalingrado. También invitamos a veteranos rusos. Cuando éramos jóvenes, tuvimos que matarnos unos a otros. Hoy, nos reunimos como amigos y compañeros.

El vagón de la muerte a Uzbekistán, sobre el que ha hablado Erich Burkhardt, fue uno de los excesos más graves cometidos contra los prisioneros de guerra alemanes. Miles de hombres murieron. También hay prisioneros que alegan buenos tratos. De 3,3 millones de prisioneros alemanes en la Unión Soviética, 1,3 millones no volvieron nunca.




Panzerfahrer Johannes Hellmann
El dolor me tortura hasta hoy

Texto original: Gerald Praschl

Johannes Hellmann (de 78 años) (el artículo es de hace 3 años) no habló en absoluto sobre los horrorosas vivencias en Stalingrado. Como tantos que allí estaban, echó tierra sobre lo que allí debió presenciar.
“Sólo pude hablar sobre ello una vez con mi mujer y mi hija. No quería recordarlo.” Sólo en sus sueños más horribles permanece vivo. Aún pasados 60 años. “Ese dolor me tortura hoy casi más que por entonces”, le comenta al reportero. Apenas empieza a relatarlo, brotan lágrimas de sus ojos y solloza amargamente. El infierno de Stalingrado no le deja en paz.

La marcha a Stalingrado.
Johannes Hellmann nació en 1924 y creció en Dessau. Su padre tenía una zapatería. A los 15 años empezó su formación profesional de decoración de escaparates. Poco después de su 18 cumpleaños, en febrero del 42, fue reclutado. Después de la formación como conductor de panzer, llegó en el verano del 42 al frente. Aquí empieza su relato: “Marchábamos desde el Donezk-Becken hacia Stalingrado. Atravesamos la reseca estepa. En verano se llega a los 60 grados. Sólo había arena y hierba. A principios de agosto llegamos a Stalingrado. Primero barrimos la ciudad con proyectiles. Entonces penetramos en ella. Mi unidad se detuvo en los suburbios y allí construimos unos refugios."

El ataque de los rusos.
"Hasta el 18 de noviembre el tiempo fue bastante cálido. Llevábamos ropa ligera. A la mañana siguiente la estepa se convirtió en un mar helado. 20 grados bajo cero. Nos helábamos como perros. Nuestros abrigos aun no habían llegado al frente. Ya no los vimos nunca más. Entonces, la misma mañana, empezó el ataque. Un millón de rusos se precipitaron contra nuestras líneas. Dispararon con todo lo que tenían. Por telegrama supimos que habían roto nuestra retaguardia. Estábamos cercados."

Prisioneros en la trampa mortal.
"Nuestra munición sólo duraría unos días. Y hacía cada vez más frío. Al final 45 grados bajo cero. Encontré un soldado ruso muerto. Le quité las botas y el abrigo de piel. Después de 14 días sólo recibíamos sopa y un trocito de pan integral cada día. Los rusos atacaban casi a diario. Por todas partes había cadáveres. Nuestros camaradas y rusos. Cabezas abiertas, piernas arrancadas, uno tenía un tiro en el estómago, por el que le colgaban las tripas. Para no morir de hambre, comíamos la carne sosa de los caballos muertos. Tuve diarrea, y un tipo de fiebre parecida a la Malaria, transmitida por los piojos. Ya no teníamos ninguna esperanza de salir vivos. Se trataba de eso, de sobrevivir una hora más. Por las noches, oíamos los altavoces de los rusos, que nos pedían que nos rindiéramos. Pero para nosotros, la prisión era igual que la muerte."

Lucha en el Volga.
"Apuramos al máximo el carburante. Cuando nuestros depósitos se quedaron vacíos, volamos los tanques para que no cayeran en manos del enemigo. Las últimas semanas luchamos como infantería entre las ruinas. El día de año nuevo del 43, fui herido en el Volga, por una granada en la pierna. Esto me salvó la vida. Dos días después me sacaron con avión. A causa de la fiebre, no me enteré de casi nada. En Rostow, fui transportado con innumerables heridos más en vagones para ganado. Viajamos tres semanas hacia el oeste. En cada parada descargaban muertos. Los heridos caían como moscas."

La juventud perdida.
"Tras 4 meses de convalecencia tuve que volver a Rusia. Poco antes de la guerra fui herido otra vez. Me llevaron a un hospital militar. Allí caí prisionero del ejército inglés. Tuve que trabajar dos años y medio en una mina. A finales del 47 pude volver a casa. Dessau estaba destruido y mis padres habían muerto. También casi todos mis amigos, muertos. Tenía 24 años. Mi adolescencia la pasé en el frente de Rusia. Siempre lo he malecido”.

Johannes Hellman marchó en 1950 al Oeste con su mujer. Allí trabajó como decorador de escaparates. Vive como jubilado en Dannenberg.

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Re: Testimonio se supervivientes de Stalingrado
« Respuesta #1 en: Mayo 25, 2008, 11:05:11 am »

Soldado de artillería Falk Patzsch, de Königstein
Ya no teníamos ninguna esperanza

Texto original: Gerald Praschl

Sus manos tiemblan desde las primeras frases. Falk Patzsch nació en 1922 en Königstein, hoy jubilado en Weißwasser, es un prisionero de sus horribles recuerdos. Su mujer, Ella (74), toma su mano para tranquilizarle. Entonces se prepara de nuevo, para contar la historia de su juventud perdida.

Una historia llena de locura, guerra y destrucción.
Falk Patzsch: “Mi infancia estuve llena de vivencias horribles. Mi madre murió muy pronto. Mi padre no se ocupó en absoluto de mí, ni de mi hermana. Muy a menudo no teníamos nada que comer. Los últimos años los vivimos en un horfanato. ¿Los nazis? Por aquel entonces, pasaba en las Juventudes Hitlerianas una gran parte de los pocos momentos bonitos de mi dura juventud. Así que lamentablemente, asimilé los lemas de ese “Flautista de Hamelín”. Más tarde en mi vida, aprendí la lección. Sólo una vez quise ser engañado.”

Muerte en Moscú.
Con 18 años, en 1940, fui llamado a filas. Y estaba claro que lucharía contra los rusos. El 22 de junio del 41, llegó la orden de atacar. Llegamos frente a Moscú. Entonces cayó el horrible invierno ruso. Mis compañeros se congelaban con su ropa de verano por miles. En la primavera del 42, nos hundíamos en el barro. Durante semanas estuvo nuestra división rodeada, y los rusos nos disparaban desde todas partes. Cada uno luchaba por sí mismo y por su vida, ya no había compañerismo. Se me congelaron las orejas y los dedos de los pies. Creer en una victoria o en el Führer, hacía tiempo que no se pensaba en ello. A principios del verano del 42 nos enviaron en dirección a Stalingrado. Cuanto más avanzábamos, más enfurecida era la resistencia de los rusos. Y peores los suministros. Casi no teníamos nada que llevarnos a la boca, y cada vez menos munición. Buscábamos en los bolsillos de los muertos en busca de comida.

Lucha en Stalingrado.
Entonces empezó el ataque en la ciudad. Delante nuestro los rusos, que luchaban por sobrevivir. Y detrás nuestro un enemigo peor: nuestra propia gente. Disparaban contra cualquiera que intentaba volver atrás. Cientos de compañeros fueron fusilados por cobardía ante el enemigo. Hubiera mentido al afirmar, que estaba interesado en como, en el otro bando los pobres cerdos pringaban como nosotros. Nuestro destino estaba claro: matarnos unos a otros. Una vez me quedé enfrente de un ruso. Por un pequeño instante le miré a los ojos. Entonces levanté mi pistola y él hizo lo mismo con su Mpi. Yo fui más rápido.

La traición.
Como soldados del frente, hablábamos abiertamente de nuestra desesperación. Al contrario, se debía ser cauteloso al hablar de la verdad. En una carta que envié a mi padre Otto por coreo militar a Königstein, le informé sobre nuestra desesperada situación y le escribí: “Ya no tengo ninguna esperanza de volver a ver mi país”. Hubiera sido mejor no hacerlo. Mi padre era un nazi obstinado, que devolvió la carta a mi comandante en el frente, que me señaló como desmoralizador de la tropa. Gracias a Dios, mi comandante era un hombre respetable. Me hizo llamar y me dijo: “Patzsch, por esto debería mandarlo a fusilar”. Entonces le dio la carta a su ayudante. Éste la puso encima de una parrilla y la encendió. Callados, vimos como el papel ardía.”

La salvación.
A principios de octubre del 42, fui alcanzado por la metralla de una bomba en las inmediaciones de una fábrica en Stalingrado. El impacto me rompió muchos huesos, me alcanzó en el estómago, y me rompió el cráneo. Perdí el sentido. Estuve sepultado varios días bajo las ruinas. Entonces ocurrió un milagro, cuando semanas después desperté en un hospital militar en Litzmannstadt, en Pololonia. Fui evacuado en avión.

Una nueva vida.
A causa de mis graves heridas, fui declarado inútil. Como ya no quería tener nada que ver con mi padre, me mudé a casa de una familia en Namislau, que me acogió como a su hijo. Con mucha suerte, pude sobrevivir a la ocupación de los rusos en el 45. En Weißwasser encontré un nuevo hogar. A causa de las heridas de guerra fui declarado inútil, y sufro aún hoy en día ataques epilépticos. Ya no cogería un fusil por nadie. Hitler y Stalin, Ribentropp y Molotow, esos asesinos que hicieron la guerra, y que nosotros sencillamente, pagamos los platos rotos.

A causa de sus graves heridas, fue declarado inútil. 60 años después del ataque a Stalingrado, padece ataques epilépticos y pesadillas. Además, por una explosión quedó medio sordo. Hoy vive como jubilado en Weißwasser.


Soldado Max Adler
Mi álbum de fotos me ayudó a soportar mis horribles experiencias en la guerra.

Texto original: Gerald Praschl

Con su cámara, Max Adler tomó fotos de la pesadilla en el frente, en la segunda guerra mundial, entre 1941 y 1945.

Las fotos.
Cinco años, de 1940 a 1945, estuvo Max Adler (hoy 80) en la guerra. También en Stalingrado. Allí fue evacuado por aire al ser herido. Tenía consigo su cámara. Envió las fotos por correo militar a casa. No creía que volvería a ver su pueblo natal, Schköna. Sus hermanos, Otto y Ernst murieron. Él sobrevivió, al llegar en 1945 a un campo de prisioneros francés.

El regreso a casa.
Su actual mujer, Elfriede, lo recuerda: “Era Marzo de 1946. No sabíamos nada de él desde hacía dos años. Entonces llegó caminado por el prado en una mañana hermosa. Muy delgado, pero vivo. ¡Fue un milagro!”

El álbum.
Max y Elfriede se casaron. Tuvieron hijos y comenzaron una nueva y humilde vida. Max trabajó 37 años en una tienda de electrodomésticos. Guarda su álbum con las fotos de la guerra como un tesoro familiar, decorado con dibujos artísticos. “Mi álbum de fotos me ayudó a soportar mis horribles experiencias en la guerra”, dice.



El radiotelegrafista Rolf Keller desde Dresde.
Cada día volaba al infierno

Texto original: Gerald Praschl

En la antigua foto puede verse al orgulloso radiotelegrafista Rolf Keller, junto a un Focke-Wulf FW 200, en el que como soldado estuvo destinado toda la guerra. Cuando Rolf Keller (82) mira la foto, no queda huella alguna de su orgullo. “Fue una época horrorosa y me alegro de haber sobrevivido."

La misión del puente aéreo.
A bordo del Focke-Wulf, Rolf Keller veía el horror. En enero de 1943, voló con su máquina más de 30 veces junto a otro radiotelegrafista y dos pilotos al Kessel de Stalingrado. Su misión: llevar suministros a las tropas alemanas que estaban en esa ciudad sitiadas por los soviéticos. En realidad, Keller y sus camaradas estaban estacionados desde el principio de la guerra en Noruega. Desde aquí volaban con su Focke-Wulf haciendo largos recorridos sobre el Atlántico como avión de reconocimiento, encontrado ocasionalmente barcos enemigos. Por aquel entonces el Focke-Wulf era una maravilla de la técnica. Podía permanecer 20 horas en el aire. Ahora Keller y sus camaradas debían dirigirse al Ostfront. Allí ayudaron a abastecer con suministros a los 260.000 alemanes sitiados en Stalingrado desde el aire.

Stalingrado estaba condenado.
Desde el 22 de noviembre, el VI Ejército de la Wehrmacht del general Friedrich von Paulus estaba sitiado por el ejército rojo. Cada día la situación era más desesperada. En vez de intentar romper las líneas enemigas para salvarse, von Paulus y sus hombres debieron obedecer las órdenes de Hitler y resistir en Stalingrado. Hermann Göring les había prometido abastecerlos diariamente desde el aire con 600 toneladas de aprovisionamientos. Estimación totalmente irreal, como se comprobó al poco tiempo. Los aviones apenas podían transportar cada día 100 toneladas.

La muerte en el Kessel
En el Kessel los soldados empezaron a morir. El hambre y las epidemias se extendían rápidamente. Como última esperanza, la unidad de Keller con 18 aviones fue trasladada de Noruega al este. En enero del 43 volaron al Kessel de la muerte, que cada vez era más estrecho. Transportaron 36 toneladas de aprovisionamientos. Y sacaron de allí a 156 heridos. Fueron las últimas semanas de la tragedia de Stalingrado. Mientras tanto diariamente morían 1000 soldados alemanes. La mayoría no moría bajo fuego enemigo, sino de hambre. 40.000 heridos ya no pudieron ser evacuados, y soportaron en los sótanos sus inhumanos dolores.

El horror en la pista de aterrizaje.
En la pista de aterrizaje de Pitomnik, donde aterrizó el avión de Keller, acontencían escenas apocalípticas. En las zanjas a lo largo de la pista, yacían innumerables heridos que esperaban poder subir a un avión y con ello conseguir la ansiada salvación. “Sólo los heridos más graves y los especialistas recibieron la autorización para ser evacuados. Todos los demás estaban condenados.” La unidad de Keller también tuvo que pagar un alto precio. En el transcurso de pocas semanas, la mitad de los Focke-Wulf fueron derribados. El 29 enero del 43, el propio avión de Keller fue alcanzado y sufrió graves desperfectos. Al final, el 31 de enero, la unidad de Keller recibió una orden sin sentido, el día que von Paulus fue hecho prisionero. Un último Focke-Wulf debía sobrevolar el centro de Stalingrado, para lanzar munición y alimentos. Los camaradas de Keller nunca volvieron. Fueron derribados.

La vida tras el horror.
Rolf Keller sobrevivió al ataque de Stalingrado. En 1945 fue hecho prisionero en Francia. Tenía 25 años y no había visto nada más que ruinas, muerte y podredumbre. Seis años como soldado en la guerra. “Envidio a la gente joven que hoy tan libres de preocupaciones pueden disfrutar de su juventud. En esa época yo estuve en el infierno de la guerra. En el infierno de Stalingrado.”

 
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Re: Testimonio se supervivientes de Stalingrado
« Respuesta #2 en: Mayo 25, 2008, 11:07:58 am »

Hans-Eckard Kalwait, de Hannover.

Texto original: Gerald Praschl

La inminente movilización al frente.
Desde mediados de mayo del 42, teníamos de que hablar con nuestra movilización al frente. El 12 de junio fuimos equipados. Ese día ni siquiera tuvimos tiempo para hacer vacaciones en la ciudad. Utilizamos las horas antes del mediodía del día 13 de junio, para despedirnos en persona o por teléfono de nuestros seres queridos. Yo no puede despedirme de ellos, ya que no había ninguna conexión de teléfono con Hannover. Al siguiente día pude localizar a mi padre desde un campo de instrucción. Él me comunicó por teléfono la muerte de mi madre. Murió el día de mi partida. A pesar de las muchas dificultades que sufrí, pude llegar a tiempo a su entierro. Así al menos, pude acompañar a mi madre en su último viaje.

El cerco en el Kessel

HACIA EL FRENTE
14 días después nos encontrábamos en la zona del Donez y el Don. Nosotros, los radiotelegrafistas, fuimos repartidos por el frente. Yo pertenecía a la 14 Panzerdivision. Mi unidad tomaba parte en una gran operación, y se dirigió después de cruzar el Don en dirección este hacia la estepa. Después de las sospechas de un intento de avance sobre Astrachan, viramos hacia el norte sobre Stalingrado. Era a finales de julio.

STALINGRADO
Pronto empezó la lucha en la ciudad de Stalingrado. Fue conquistada palmo a palmo. De los dos bandos, se asentaron numerables fuerzas. La lucha se desarrolló con exasperación, como nunca había sucedido. Agosto y septiembre pasaron. Cambiamos repetidas veces nuestras posiciones. En vez de pernoctar en tiendas, ahora lo hacíamos en las cavidades e la tierra, que cubríamos con mantas. En octubre empezó a notarse el frío. Aún no disponíamos el equipo de invierno, y el coreo que esperábamos desde hacía semanas, no había llegado. Dos de los nuestros, que fueron a buscar la ropa de invierno y el correo, volvieron con el vehículo sin haber conseguido traer las cosas consigo.

EL CERCO
En las cercanías de paso el Don las pistas de aterrizaje estaban atascadas y las unidades confusas. Se hablaba de que los rusos habían abierto brecha. El escuadrón Graf derribaba de 30 a 40 aviones enemigos cada día ante nuestros ojos. Nuestras sensaciones aún eran buenas. Pronto nuestras raciones se vieron reducidas. En vez de los 600 gramos de pan habituales cada día, recibíamos sólo 300. Las raciones fueron recortándose cada día más. No había ninguna duda sobre nuestra situación. Aparecieron grandes escuadras de aviones de cuatro motores que aterrizaban en las 3 grandes zonas de abastecimiento aéreo: Pitomnik, Gumrak y Dubininski.

LA SITUACIÓN DEL KESSEL
La bolsa tenía al principio de ser cercada la anchura de la superficie entre el Volga y el Don (entre 80 y 100 km) y el doble de largo. Stalingrado se extendía 20 km a lo largo del Volga. Desde el norte de la ciudad, se extendía entre el Don y el Volga “el cerrojo del norte”, para proteger nuestro flanco. Contra esa complicada posición, se estrellaban desde hacía tiempo los más duros ataques de nuestro enemigo. Se podía apreciar un numero superior a 50 tanques enemigos que cada día eran destruidos. La importancia de este sector del frente fue valorada por ambos bandos. No fue ninguna sorpresa, que los rusos decidieran dar un fuerte empuje, en la espalda del “cerrojo” al otro lado del Don.

EL ACOSO
La presión del enemigo estaba por todas partes. Aún teníamos la esperanza, de que unos de los ejércitos nos liberase. El nombre del general von Manstein fue nombrado. En dirección a Kotelnikowo, percibíamos en la lejanía fuego e artillería, y por la noche veíamos sus destellos. Cito esto, porque se nos había prometido que seríamos liberados. Los disparos de artillería que recibíamos de todas partes cada día, no eran nada nuevo. Nosotros mismos hubiéramos podido cambiar la situación, con una fuerza concentrada del ejército, a fin de conseguir una huida, si hubiéramos recibido la orden. Esa era nuestra opinión como soldados. El alto mando sabía lo que estaba en juego. No teníamos ninguna influencia sobre las órdenes de la OKW. Stalingrado debía resistir, costase lo que costase.

RADIOTELEGRAFISTAS EN ACCIÓN
Hasta ahora los radiotelegrafistas de nuestro departamento de noticias estaban repartidos en varias unidades de la división. En algunas, debido a la dispersión, habían excedente des de radiotelegrafistas. O bien fueron recolocados de reserva en el departamento, o fueron reunidos en diferentes destacamentos o recibieron encargos especiales de algunas personas. Así que nuestra plaza de radiotelegrafista estuvo en movimiento en diciembre con el destacamento Seydel. Algunos días estábamos a disposición del comandante en jefe del ejército. Diciembre nos trajo el frío más crudo, nieve, hambre y restricciones. La estepa reseca del verano, chamuscada por el sol, cambió totalmente a un infinito desierto helado, que se extendía sin ningún punto de referencia, desde el sur y el oeste de la ciudad. Profundos surcos sin agua interrumpían el desierto. Se podían apreciar esos cauces apenas a 20 metros de distancia. En uno de esos cauces construimos nuestro refugio en la helada tierra. Al lado nuestro, en la pendiente de enfrente, construyeron los otros soldados su refugio. Aún éramos telegrafistas, a pesar de que ya no había nada para retransmitir. Sólo las continuas guardias para proteger nuestro refugio, acortaban el tiempo. Al mismo tiempo, nos preparábamos para la fiesta de Navidad.

UNA EXPERIENCIA EXTRAÑA
Por la tarde del 24 de diciembre, tuve una experiencia extraña. De los 4 radiotelegrafistas de nuestra posición, enviaron a dos a la compañía de radiotelegrafistas, que estaba a 20 minutos a través del desierto de nieve. Marchamos juntos a través de la tierra de nadie. La dirección nos era conocida y ya habíamos estado allí con frecuencia. Habíamos quedado en volver por separado, ya que mi compañero debía permanecer más tiempo. En el lugar habitual dejé atrás la garganta, en la que la compañía tenía su refugio y emprendí el camino de vuelta. Una fina tormenta hizo presencia, lanzándome nieve directamente en la cara. 30 minutos estuve en camino y de nuestra garganta no había ni rastro. Me llamó la atención que había cruzado el sendero durante mi marcha. Después de un rato, vi despuntar la estrella de una antena en el borde de la garganta. Debía ser mi destino. Pero no estaba en mi destino, sino en el punto de partida. Había caminado en círculos. De nuevo volví a hacer el camino de vuelta y me fijé en unos llamativos arbustos para dirigirme en la dirección correcta y volver al refugio

NAVIDAD EN EL KESSEL
Adornamos nuestro pequeño refugio y nos sentamos juntos en la pequeña mesa. Con diferentes papeles de viejos sobres, hicimos colgantes con figuras de ángeles. La desesperación de nuestra situación y la gran escasez no fueran capaces de empañar nuestro espíritu navideño. No mencioné nada sobre mi experiencia. Entonces llegó nuestro cuarto compañero y empezamos con las celebraciones. Era todo tan bonito que cada uno empezó a pensar en lo suyos con ojos brillantes. El camarada que había llegado explicó de repente mi misma experiencia. Estaba tan sorprendido que dejé que las palabras brotaran de sus labios. La tormenta de nieve también le había echado del camino y había hecho que caminara en círculos. Algunos situaciones sólo las había leído en los libros. Ahora sabía como podían suceder las cosas.
El pastor de la división organizó una misa en un gran refugio. Nos recordó con palabras serias cual era nuestra situación. Dijo que para la mayoría de nosotros, éstas iban a ser las peores Navidades de nuestras vida, y que seguramente, muchos de nosotros no volveríamos a vivir otras.

ARRIESGANDO TODAS LAS FUERZAS
Las Navidades y Año Nuevo pasaron. La ración diaria consistía en 100 gramos de pan. Sólo una barra de pan se repartía entre 15 y 18 hombres. Ya no teníamos fuerzas. El portador de una cruz de Hierro, el mayor G. Seydel, se unió a nosotros en el combate en la nieve, con una ametralladora. Decía con humor, lo que nosotros no nos habíamos atrevido ni a pensar: nos dirigíamos a nuestra perdición, y nos preparábamos para esto. ¿Se había resignado a su destino? Nosotros queríamos vivir.
El tiempo corría, y Enero nos trajo los días más fríos. El cerco se iba estrechando. El enemigo también había conseguido la supremacía aérea. Éramos testigos de numerosos derribos de aviones de transporte alemanes. Ya que las tropas estaban agotadas y dispersadas, se ordenó a todas las tropas que lucharan en Tierra. Nuestro puesto de telegrafista: se convirtió en el departamento de las noticias. Una pequeña guardia permanecía la lado del vehículo. Fuimos agrupados en compañías de ametralladoras. Las armas fueron repartidas. Se nos dieron los trajes de camuflaje de los heridos. Del cuarto departamento de noticias se formó el tercer batallón

NUESTRA LUCHA EN EL KESSEL
Nuestra primera misión consistía en la construcción de un puesto en los alrededores de la estación de Karpowka. El terreno allí era desolador, como en el resto de la estepa en invierno. También las quebradas estaban allí presentes. Su recorrido natural no nos era favorable. Pasaron casi hasta 48 horas, hasta que el enemigo llegó a nuestra posición. El enemigo se retiró con grandes pérdidas bajo nuestro fuego. Entonces fue tomando uno por uno, nuestros nidos de ametralladoras con artillería y granadas. Cuando vimos llegar la infantería y caballería pensamos que nuestro destino estaba sellado. En una huída atropellada, nos retiramos de nuestra posición. Un tanque alemán nos cubrió las espaldas. El ataque nos causó algunas bajas y heridos. El 50% de los supervivientes tenían algunas partes de las manos y los pies congelados. Los dedos de mi pie derecho se habían congelado y los dedos de la mano se pegaban al hielo de las ametralladores a través de los guantes rotos. En el camino de vuelta, un vehículo nos proporcionó té caliente. Era algo caliente en muchos días. Recorrió tan rápidamente nuestros resecos intestinos que tuve que tuve la sensación de cómo si necesitara ir rápidamente al baño. 4 veces. No me podía mover lo suficientemente rápido por la ropa y los dedos congelados y estaba totalmente empapado. Tuve que quitarme la ropa a 30 grados bajo cero y cambiarme la ropa interior. Debíamos seguir huyendo. Las fuerzas amenazaban con abandonarnos. Con un jersey de lana, me limpié el muslo herido de sangre. Me presenté aun camillero y me pusieron un cartel en el cuello. Debía ir al hospital de Gumrak. Las piernas casi no me aguantaban. Un camión me llevó hasta allí en el tramo final.

EL DESOLADO GUMRAK
Entonces estuve en una población de casas destruidas. La única casa que estaba en pie era la del hospital. Quería ser hospedado en ella. La casa de un piso tendría capacidad para acoger a 100 heridos. Pero esperaban al aire libre 10.000. Cientos de ellos habían pasado la noche a la intemperie y no habían sobrevivido. Era por la tarde, y se acercaba una nueva fría noche. Algunos de mis camaradas estaban conmigo. Ya no sé quienes estaban. Llamamos a la puerta del refugio: “Abrid camaradas, sólo buscamos un lugar donde calentarnos”. Pero las puertas estaban cerradas por dentro y no se abrieron. A través del cristal, se podían ver un montón de soldados. Llamamos a 20 refugios y sótanos, pero en ninguno tenían sitio.
Muchos soldados se sentaban debilitados y agotados en la nieve. La mayoría no volvían a levantarse. No puedo olvidarme de dos soldados, uno de los cuales quería sentarse. Su camarada le gritaba: “¡No te sientes! ¡No! ¡No puedes sentarte!” El otro lo miró inexpresivamente y finalmente se sentó.

AFORTUNADA CASUALIDAD
De entre algunos vehículos, que atravesaban la población, reconocí el coche del pastor de la división. Le hice señas y paró. A nuestra pregunta sobre nuestra división y departamento de noticias, respondió que se dirigía hacia allí. El resto de nuestra unidad se reunía en Stalingradski , en las afueras de Stalingrado. Nos sentamos detrás. De nuevo encontramos a nuestra unidad. Nos habíamos escapado del infierno de Gumrak., Pudimos refugiarnos en sótanos abandonados. 4 hombres nos arrastramos hasta un refugio. 2 hombres más se unieron a nosotros. Fuimos tirando durante horas y días. El tiempo pasaba mientras desmenuzábamos madera para la estufa metálica, para calentar nuestras manos y pies congelados. Carecíamos de los medios necesarios para nuestro aso y cuidado. La asistencia de los dos heridos graves y el abastecimiento de la patética ración de media rebanada de pan por hombre, era sólo para los heridos leves, a los que yo pertenecía.
Durante la visita de un médico , nuestro nombres y el tipo de herido fueron apuntados. Dos de nuestros hombres con heridas superficiales, fueron enviados a otra compañía, de nuevo en activo. Nunca los volvimos a ver. Su lugar en nuestro refugio, fue reemplazado por otros soldados de otras compañías.

POSIBLE SALVACIÓN
El 22 de enero, un sanitario nos examinó rápidamente, y nos preguntó si podíamos caminar. Pensábamos que quería ponernos de nuevo en combate, y le enseñamos nuestras heridas. Nos explicó, al contrario de lo que creíamos, que debíamos ser evacuados, en caso de que pudiéramos llegar por nuestros medios al aeródromo. Desde hacía algunos días, habíamos visto algunos aviones aterrizar en los alrededores. ¿Qué quería decir esto? Sólo necesitábamos recibir la orden por escrito del médico. Más que nada, sonaba a broma. Finalmente recibimos la autorización. En el campo de aterrizaje, nos dividieron a los heridos en grupos de 20 hombres. Cada grupo debía volar en un avión. Nadie sabía si iban a aterrizar suficientes aviones. Muchos se abrían paso entre las nubes, y dejaban caer su carga mediante paracaídas. Ningún avión aterrizó. Por aquel entonces, los grandes aeródromos ya habían sido tomados por el enemigo. El enemigo ya se había dirigido dos veces a nuestro ejército para exigir su rendición. Dos veces fue rechazada. Cada aterrizaje era un gran riesgo. Tras una inútil visita a la pista de aterrizaje, nos dirigimos de nuevo al aeródromo y esperamos.

LA EXCURSIÓN
Dos horas y media después, apareció un Ju 52 entre las nubes y aterrizó. Giró y se dirigió hacia nosotros. Le siguieron dos aviones más. Los grupos de hombres ya no podían esperar más. Los heridos corrían, cojeando y brincando hacia los aviones. Me quedé apretado contra el fuselaje de uno. Un par de hombres me agarraron. El tiempo era escaso. La tripulación se apresuraba. Los soldados que descargaban, fueron los primeros en sentarse en el avión. Tuve suerte. Subí al avión el número 17 ó 18. Entonces se cerraron las puertas. 100 heridos se quedaron detrás de cada avión. 21 pudieron subir. Eran más de los que el avión podía soportar al despegar y aterrizar. 11 hombres debían salir del avión. Nadie había sido el último en subir. Así nos quedamos. De repente, los rusos empezaron a bombardearnos. La rueda del avión quedó atrapada en un agujero. Debimos descender del avión y empujar. Volvimos a subir y el avión se elevó en el aire.

La liberación
No estaba muy tranquilo, ya que aún debíamos sobrevolar el fuego antiaéreo y aterrizar. Sólo cuando estuve en el hospital de Swerewo y pude tomar una sopa, tuve la sensación de que había sido salvado. Al poco tiempo, recuperé mis fuerzas y las heridas cicatrizaron. Solamente había sufrido la pérdida de dos dedos de los pies. Psicológicamente aun tenía que sobrevivir a una dura batalla.
Me comuniqué con los familiares de mis camaradas. Todas esas familias me preguntaban por el destino de sus Padres, hombres, hijos y prometidos. Algunos preguntaban como es que algunos habían sido evacuados por aire y otros no. Me pareció muy difícil darles una respuesta.

En aquella época, Hans-Eckhard Kalwait tenía 20 años y era cabo. Sobrevivió a esa terrible guerra.



El radiotelegrafista Hellmut Hoffmann.

Texto original: Gerald Praschl

¡Made Rusia! Me siento muy culpable.
Hellmut Hoffmann de 92 años, aun guarda la maleta de madera con la que volvió a su patria desde Rusia. Por aquel entonces, el 3 de noviembre de 1949, su mujer Hildegard y su hija Bärbel aún le esperaban. Esperaban el retorno de alguien que se daba por muerto. Hellmut y Hildegard se casaron poco antes del estallido de la guerra en 1939. En la foto de su boda, hellmut ya llevaba el uniforme militar. El original cuelga con una cruz de hierro en el comedor de su casa. En la guerra, en el infierno de Stalingrado, conoció la verdadera cara de la dictadura Nacionalsocialista. Hellmut Hoffmann: “Las palabras del fanfarrón de Göring aún resuenan en mis oídos. El 30 de enero de 1943, cuando mordíamos el polvo en Stalingrado, sus palabras sonaron en la radio: “Cuando hayan pasado mil años, cada alemán hablará de esa batalla con un sagrado escalofrío.” Eso fue sólo la cumbre de la hipocresía. Stalingrado no fue ninguna batalla de héroes. Fue una infame masacre. Y ninguno de los que sobrevivió se siente como un héroe.

Muerte en el Volga.
Soldado desde 1940, Hellmut luchó como radiotelegrafista y conductor de la 14 Panzerdivision. Con otros 260.000 soldados alemanes fue rodeado en 1942 en noviembre de 1942 por los soviéticos. Hoffmann: “Lo que yo debí presenciar, no puedo describirlo con palabras. Las horribles torturas de los heridos, gente joven, que apenas se podían mover por las graves congelaciones que padecían. Traicionados y vendidos por el ‘Gran Führer’, se entregaban a su destino ante mis ojos. Aquello no era morir dignamente, era estirar la pata como un perro. La muerte llegaba a 40 grados bajo cero, sino era abatido antes por las balas soviéticas o aplastado por sus tanques.”

El fin.
Hoffmann: “Las últimas noches nos escondimos en un sótano. Ya no pensábamos en la lucha. La mayoría ya no tenían armas. Un teniente me preguntó: ‘Hoffmann, ¿nos volamos la cabeza?’. Pero yo quería sobrevivir a aquello. Pensaba en mi mujer Hildegard y en nuestra hija Bärbel. Cuando el 30 d enero del 43, los tiroteos estaban cada vez más cerca, tomé una decisión y salí del sótano. Con las manos en alto fuimos al encuentro de los rusos.”

El cautiverio.
Como Hellmut Hoffmann, entre 90.000 y 130.000 alemanes se rindieron a los soviéticos. Sólo 6.0000 sobrevivieron. Hoffmann: “Sólo la marcha al campo de trabajo de Beketowka se cobró muchas vidas. Al que no podía caminar más, le disparaban allí mismo. En el campo no había casi nada que comer. Por eso se extendieron la disentería y el tifus. Cada día morían cientos. Más tarde las relaciones mejoraron. Llegué a conocer gente encantadora y amigable. Ellos también habían sufrido durante la guerra y con Stalin.” Hoffmann pasó casi siete años en el campo de trabajo. Trabajaba como escritor, cosa que le aportaba ciertas ventajas. “Lo que me daba fuerzas era un único pensamiento: quería volver al lado de mi mujer e hijas.” Como algunos pocos de los que estuvieron en Stalingrado, Hellmut Hoffmann tuvo mucha suerte. El 3 de noviembre de 1949, pudo abrazar a su esposa en el andén de Schandau.

El arrepentimiento de los soldados.
Desde 1952, Hofmann lleva una mercería en Sebnitz. En 1992 se jubiló y se mudó a casa de su hija en Görlitz. Ha plasmado sus vivencias en papel para su nieto. “para que pueda leer, que duro tuvimos que pagar los asesinatos de los demagogos y charlatanes.” Ha publicado un poema:

“¡Madre Rusia! Te conocí.
Pero eran tiempos de guerra y solo puede ver de paso la belleza de tus tierras.
La juventud alemana llevo a cabo los abusos de los demagogos.
Me inclino ante tu tierra, porque me siento culpable.
Me arrepiento tanto... de lo que los soldados alemanes te hicimos.
Uno solo, no puede cargar con todo el peso de la culpa,
Pero cada uno de nosotros, llevamos una pequeña parte."  




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Re: Testimonio se supervivientes de Stalingrado
« Respuesta #3 en: Mayo 25, 2008, 11:08:18 am »

Arthür Krüger, de Danzig.

Texto original publicado /b] Gerald Praschl

Arthur Krüger perteneció a la 60 ID (mot), concretamente al 8. Kp. Inf. Rgt.120.
Contaba con 22 años, cuando fue rodeado por las tropas soviéticas en el Kessel de Stalingrado.

La batalla por Stalingrado
La batalla por Kalach y Stalingrado fue especialmente sangrienta. La mayoría de nuestras compañías estaban compuestas sólo por 30 o 50 hombres. En las primeras líneas del frente había muchos huecos. Esperábamos ser relevados. Nos acercábamos a los rusos tanto como podíamos.A menudo 100 metros, para no ser alcanzados por los órganos de Stalin. Tenían una perímetro de alcance de 250 metros. A la hora de bombardearnos, a veces alcanzaban a su propia gente. Tenían francotiradores muy buenos. Moverse a la luz del día significaba la muerte.

Por la noche cavábamos como locos y consolidábamos nuestras posiciones. La tierra excavada era depositada sobre una lona y después distribuida detrás de nuestra posición. La munición y la comida se colocaban en la parte de delante. Ocasionalmente llegaban refuerzos, la mayoría sin experiencia y mal instruidos. Por la falta de soldados, fui destinado con mi grupo de lanzagranadas compuesto de 10 hombres a un agujero en una posición. Delante nuestro había un campo minado y los rusos. En mi grupo aún había cuatro cabos primeros, veteranos. Estuve junto a ellos bastante tiempo. Con nuestros lanzagranadas estábamos bien colocados. Teníamos una buena visión y podíamos alcanzar al enemigo.

A nuestra izquierda teníamos el puesto de mando de la 5ª compañía al que estaba subordinado. A la derecha se encontraba un grupo de ametralladoras de mi compañía. En la compañía ya teníamos bajas por impacto en la cabeza de los francotiradores rusos.

Volvieron algunos camaradas del hospital y también de permiso. Seguían pensando en el reconfortante hogar. No escucharon nuestras advertencias: “¡Cuidado, francotiradores! ¡Bajad la cabeza!” No volvimos a verlos. Nos volvimos supersticiosos. Se decía: “No necesitamos crearnos más preocupaciones. Porque no podemos irnos de permiso”.

Los rusos intentaban saber cada vez más a menudo con pequeños ataques, cuan fuertes eran nuestras defensas. Pero eran rechazados por nuestro fuego defensivo. Entonces oíamos los débiles gritos suplicando ayuda de los moribundos. A nuestra posición llegaron tres soldados. Les pregunté: “¿Por qué no ayudáis a nuestros heridos?”. Ellos dijeron: “Sólo se venda a los que pueden volver a luchar. El que puede volver, es socorrido. El que no, se queda allí tirado.” Cada noche oíamos detrás de las posiciones de los rusos ruidos de cadenas de tanques. Sentíamos que estaban preparando algo. Entonces oímos que los rusos habían rotos las líneas de los rumanos con grandes fuerzas y que también, el frente italiano se tambaleaba. En las inmediaciones de Kalach, alcanzaron el Don. Estábamos rodeados. Al principio no nos preocupamos, nuestra división ya había sido rodeada otras veces y siempre se las había apañado. Entonces empezó a escasear la comida y las municiones. Estábamos débiles y cansados. Los grandes esfuerzos que habíamos soportado nos habían hecho envejecer.

Hombres jóvenes de 20 años morían por su debilidad. El tifus y los piojos nos atormentaban. Sólo los heridos eran evacuados de ese infierno. El mayor deseo era tener una muerte sin dolor. Algunos se infligían heridas, para ser evacuados como heridos. Otros se volvían locos, salían de sus posiciones y eran abatidos por los francotiradores. Sólo los que conservaban los nervios, podían sobrevivir. Algunos se largaban e intentaban volver. Quizás creían que así saldrían del Kessel. Fueron capturados, ejecutados o acabaron en batallones de castigo despejando minas.

Sería a finales de noviembre. Oímos el ruido metálico de las cadenas de los tanques. Era por la tarde. Ya venían. Conté diez T34. Avanzaban hacia nuestras posiciones y fueron recibidos detrás de nuestra defensa antitanque. En la distancia vimos como llegaban los soldados rusos, que querían romper nuestro flanco. Dejamos que se aproximasen hasta que estuvieron a tiro. Entonces se desató el infierno.El ataque nos colapsó. Nuestros tanques llegaron con la infantería y suplieron nuestras perdidas.Fui herido en la cabeza y en el hombro izquierdo, fui vendado y transportado al aeropuerto de Gumrak.

Esperé hasta el día siguiente, con la esperanza de ser evacuado. Lo que pasó, no se puede describir. Los heridos gritaban como locos. Todos querían salir, se agarraban del avión e impedían que partiera. Sólo podían ser evacuados los heridos graves. Eso no me era de gran ayuda, pero aun así, no perdí la esperanza.Por la mañana, con la niebla, un JU52 se atascó en el cráter de una bomba. El piloto esperaba que llegase un tractor, para que lo sacase de allí. Puede hablar con él. Era un sargento que había servido en infantería. Me dijo que sólo los heridos graves podían subir al avión, se dirigió hacia al avión y entonces volvió y me preguntó si sabía disparar con una ametralladora. “Claro”, le dije, “vengo de una compañía de ametralladoras”. “Entonces ven conmigo y sube al avión como tirador de a bordo”. Esa fue mi salvación de Stalingrado. El Ju despegó y salimos del Kessel sin ser molestados.

Fui uno de los últimos de mi compañía que dejó con vida Stalingrado. Del cautiverio, sólo volvieron algunos, un sargento primero, un suboficial de armamento, otro de manutención y el sanitario. Murieron nuestro jefe de compañía, el teniente Kessler, 56 suboficiales y su equipo. El resto murió durante el cautiverio ruso.Stalingrado nos dejó un marca muy profunda en nuestro ser, que ya no nos dejará. Nos ha influido en nuestras vidas. Aun hoy, después de 62 años, nuestros pensamientos vuelven a menudo allí, donde nuestra juventud, nuestras esperanzas y nuestros camaradas murieron. Todos los años nos reunimos en Limburg, donde se encuentra nuestro Monumento a Stalingrado. Con una gran fiesta recordamos a nuestros camaradas que aun permanecen en Stalingrado. Ahora somos viejos y débiles, y sólo quedamos un puñado de supervivientes. Ya no podemos seguir manteniendo nuestra asociación y tuvimos que disolverla. Pero en nuestros corazones, seguirá viviendo hasta que nos quede aliento.

« última modificación: Septiembre 28, 2008, 16:38:23 pm por Astil »
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Re: Testimonio se supervivientes de Stalingrado
« Respuesta #4 en: Septiembre 28, 2008, 16:42:36 pm »

Pido disculpas a Paradiselost, el cual tradujo del aleman estos testimonios y , se me paso citarle.

Paradiselost, Foro Der Zweite Weltkrieg
-"Hola a todos.
A continuación paso a relataros las vivencias personales de algunos supervivientes de la Wehrmacht en Stalingrado, que años más tarde relataron sus experiencias.
Los he traducido de algunas página alemanas. Creo que son muy interesantes, sobretodo para los apasionados del tema Stalingrado, entre los cuales me incluyo."
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Re: Testimonio se supervivientes de Stalingrado
« Respuesta #5 en: Septiembre 28, 2008, 17:04:52 pm »

Desde luego lo tengo que leer con mucha calma ! ;)

Mis agradecimientos a ParadiseLost !, que envidia que tenga tan buen nivel de aleman ;D
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Re: Testimonio se supervivientes de Stalingrado
« Respuesta #6 en: Octubre 12, 2008, 18:33:45 pm »

Muy interesante hilo, donde se cuentan testimonios de la batalla de Stalingrado ,pero desde el punto soviético.

http://www.zweiterweltkrieg.org/phpBB2/viewtopic.php?f=19&t=447&sid=60689c7ef835e6908fcb659cbca45640
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Re: Testimonio se supervivientes de Stalingrado
« Respuesta #7 en: Octubre 12, 2008, 18:35:00 pm »

Mas testimonios, contados años despues por sus protagonistas, con fotos de estos.

http://www.zweiterweltkrieg.org/phpBB2/viewtopic.php?f=19&t=1522&sid=60689c7ef835e6908fcb659cbca45640
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Re: Testimonio se supervivientes de Stalingrado
« Respuesta #8 en: Octubre 12, 2008, 18:38:05 pm »

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