Es muy oportuno comenzar con la historia de una violación. La “violación de Lucrecia” era una historia muy popular en la Roma antigua y contaba de forma detallada la caída de Tarquino, el ultimo rey de Roma.
Eran los tiempos en los que Tarquino “el Soberbio” reinaba tiránicamente sobre Roma, y los romanos se encontraban ansiosos por explorar una nueva forma de gobierno, la Republica. Un día, los soldados que se hallaban en las fronteras decidieron regresar sin avisar a sus hogares para sorprender a sus esposas, de las que sospechaban que les estaban siendo infieles. De todas ellas, solo Lucrecia, la esposa de Colatino, había permanecido fiel a su marido, después de la partida de este. Excitado al oír aquello, el hijo de Tarquino, Sexto, regreso a la ciudad y violo a Lucrecia. A continuación, Lucrecia le contó todo a su marido y a su padre, y después se suicido, pero no sin antes haberle pedido a ambos hombres que vengaran su honor mancillado. El incidente fue la chispa que inicio una revuelta liderada por Lucio Juno Bruto y por el propio Colatino, y que tuvo como resultado la expulsión de los Tarquinos de Roma y el fin de la monarquía.
Muchos siglos después, el maestro Peter Paul Rubens pintaría, entre 1609 y 1612, una hermosa obra basada en la historia, y que titulo “Tarquino y Lucrecia”. Considerado uno de los mejores trabajos de la primera época de Rubens, fue adquirido en 1765 por Federico “el Grande” para su colección y colgado en el palacio de Sanssouci. Finalmente desapareció en la Unión Soviética, después de haber sido robado en Alemania en 1945. Fue arrancado de su marco, doblado, enrollado y almacenado inadecuadamente durante años, siendo todo esto causa de graves daños a la obra. Finalmente, termino en la casa de un oficial comunista y mas tarde fue vendido por una miseria, según se sospecha a algún miembro de la mafia rusa.
En el año 2003, un ruso, llamado Vladimir Logvinenko, trato de vender el cuadro a una galería alemana. Informadas las autoridades rusas y alemanas, las primeras embargaron el cuadro, dando inicio a un proceso legal que acabo otorgando la propiedad a Logvinenko, quien posteriormente vendería el cuadro al gobierno ruso, el cual después de restaurarlo decidió exponerlo en el Museo Estatal Pushkin, en Moscú. Siguiendo la costumbre adquirida de su antecesor soviético, el gobierno de la actual Rusia se ha negado a devolver el cuadro a su único y legitimo dueño, Alemania.
Los dirigentes y lideres alemanes juzgados en Nüremberg, fueron expresamente acusados de “destrucción y saqueo de obras de arte”. Dicha acusación estaba basada en la supuesta violación del artículo 56 de la Convención de La Haya de 1907. Irónicamente, este artículo de la Convención de La Haya estaba inspirado en las controversias causadas por los saqueos realizados por los ejércitos franceses durante las Guerras Napoleónicas. Este articulo prohibía de forma tajante cualquier incautación unilateral de bienes artísticos y culturales, y ponía un limite explicito a la, anteriormente ilimitada, practica del saqueo. Lamentablemente, el mayor robo de arte de la historia, el saqueo cultural de Alemania, ha tenido una muy escasa, por no decir nula, atención por parte de los medios de comunicación y por la mayoría de los estudiosos reconocidos.
Si bien, nunca se dio una autorización oficial por parte del Consejo de Control Aliado para proceder a sacar de Alemania obras de arte y todo tipo de objetos de valor como parte del pago de las reparaciones de guerra, los soviéticos, ignorando abiertamente las leyes internacionales, siempre consideraron que la enorme cantidad de tesoros artísticos y obras de arte robadas en Alemania eran una especie de “compensación”.
Las leyes internacionales solo permiten el traslado de bienes culturales en tiempos de guerra para asegurar su protección contra los peligros inherentes a cualquier conflicto bélico. Y esta fue la excusa, falsa y lamentable, que dieron los soviéticos para disimular sus masivas operaciones de saqueo. Ya en fechas tan tempranas como 1942, los “amantes del arte” comunistas se encontraban trazando las líneas maestras de su gran, y consentido, robo. En 1945, según el Ejercito Rojo avanzaba hacia el interior de Alemania, unidades especiales, denominadas “brigadas de trofeos”, se dedicaban a visitar museos y colecciones privadas, para enviar las obras de arte, previamente seleccionadas, hacia Moscú. Entre 1945 y 1949, más de dos millones de obras de arte fueron sacadas de Alemania, la inmensa mayoría fueron enviadas hacia la Unión Soviética, donde muchas de ellas siguen ocultas en almacenes y depósitos gubernamentales.
En 1939, el departamento del gobierno alemán que administraba los bienes que habían pertenecido a los Hohenzollern en Prusia, tenía catalogadas 7.134 cuadros y pinturas. Hoy en día, más de 3.000 continúan en paradero desconocido. A lo que también habría que añadir porcelanas, instrumentos musicales antiguos, relojes, objetos de plata, muebles y decenas de miles de libros raros o antiguos. Dándose cuenta de lo que se les venia encima con el inicio de la campaña de bombardeos por parte de los Aliados occidentales, el personal de la mayoría de los museos y colecciones trato de salvaguardar las obras maestras a su cargo trasladando colecciones enteras a minas de sal, bodegas y fincas apartadas para evitar su destrucción.
Para el momento de la caída de Berlín, gran cantidad de tesoros de la antigua Prusia se encontraban escondidos en los alrededores de la ciudad. Las casi 3.000 pinturas desaparecidas, de las que se sabe con seguridad que no fueron destruidas por los bombardeos, cayeron en manos de los soviéticos. También se hicieron con gran cantidad de colecciones en Postdam, que cayo en Abril de 1945, ya que fue el lugar de destino de los fondos de gran cantidad de museos. En 1946, todas las obras de arte que se encontraban en Postdam y podían ser trasladadas a Moscú, fueron embaladas y enviadas.
El gobierno ruso, al igual que hicieron sus antecesores soviéticos, nunca ha mostrado ningún arrepentimiento por este robo, ni deseo de devolver lo robado, y lo hace a sabiendas de que cuenta con la aprobación tacita de las, así llamadas, naciones civilizadas. Cuando el Museo Pushkin de Moscú inauguro en abril de 2006 la exposición “Arqueología de Guerra”, la cual estaba compuesta por antigüedades que en su mayor parte habían sido robadas en Alemania, la Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano, una organización alemana, solicito ser invitada a participar en la exposición y acceso a los tesoros artísticos alemanes, pero solo consiguió negativas. Aproximadamente unas trescientas cincuenta de las piezas expuestas, pertenecían a colecciones alojadas en Berlín y que fueron robadas por las “brigadas de trofeos” de las ruinas de las ciudad. El Museo Pushkin insiste, y de forma errónea y contraria al derecho internacional, en que los tesoros saqueados no deben ser devueltos a “los que comenzaron la guerra”.
El primer blanco de los saqueadores fueron los tesoros de los monarcas alemanes, empezando por Federico “el Grande”. Sus colecciones de pintura, sus colecciones de libros y partituras, e incluso sus retratos y los de su familia, fueron robados y llevados a la Unión Soviética. Todos estos objetos forman parte ineludible de la historia cultural de Alemania, y no de la de Rusia.
Los secuaces de Josef “Stalin” se encargaron de vaciar todos los museos, colecciones, archivos y depósitos que se encontraban en su zona de ocupación, y durante más de cinco décadas, sus sucesores mantuvieron ocultos la inmensa mayoría de estos objetos al resto del mundo. En 1955, el gobierno soviético decidió devolver algunas de las obras mas conocidas, entre ellas la “Madonna Sixtina” de Rafael, que había sido robada de la
“Gemäldegalerie Alte Meister” de Dresde, obviando el echo de que todavía decenas de miles obras de arte continuaban “prisioneras”. En 1990, en una seria de acuerdos firmados con el último gobierno de la Unión Soviética, se estipulo la devolución de gran parte de los bienes culturales robados durante y después de la guerra. Sin embargo, los gobiernos de la nueva Rusia no reconocieron dichos acuerdos, y decidieron, unilateralmente, que las obras de arte alemanas habían sido “legalmente transferidas”.
En 1945, el Ejercito Rojo robo el “Tesoro de Príamo”, que Heinrich Schliemann había encontrado en la supuesta ubicación de la ciudad de Troya, y que se hallaba oculto en un bunker en el zoo de Berlín, y no fue hasta 1993 que el gobierno ruso reconoció oficialmente que el tesoro se encontraba en su poder. En todas las ciudades y pueblos de la Alemania ocupada por los soviéticos se arrancaron las vidrieras de las iglesias, monumentos y figuras construidas en bronce fueron fundidas, y decenas de millares de documentos con varios siglos de antigüedad fueron destruidos o seriamente dañados.
Solamente en 1945 se recibieron en las estaciones de Moscú unos 45.000 vagones de carga con infinidad de objetos de arte y antigüedades. El “Tesoro de Príamo” o las biblias de Gutenberg, robadas en Leipzig, fueron trasladadas en aviones de carga. Las “brigadas de los trofeos” también robaron incunables, manuscritos raros, y colecciones de películas y grabaciones de folklore alemán. Los archivos de la Liga Hanseática, guardados con mimo desde la edad media en Lubeck, fueron desperdigados al azar por toda la Unión Soviética.
Miles de pinturas, dibujos y grabados procedentes de la Kunsthalle de Bremen fueron puestos a salvo en los sótanos del castillo Karnzow, solo para desaparecer bajo la ocupación soviética y reaparecer en los mercados de arte de Nueva York en los años 90.
El saqueo soviético fue tan masivo, y en la mayoría de los casos tan desorganizado, que obras de los maestros clásicos fueron usadas como manteles de mesa y las pinturas de desnudos arrancadas de sus marcos y utilizadas para decorar los camiones del Ejercito Rojo. Obras de Rembrandt o de Leonardo fueron trasladadas en simples trenes para el ganado a través de las inclementes condiciones de la estepa rusa. Otras obras maestras fueron también arrancadas de sus marcos, solo para que estos pudieran ser utilizados como combustible para el fuego por los soldados borrachos. Una gran cantidad de los tesoros que llegaron a la Unión Soviética quedaron almacenados en penosas condiciones, expuestos al frió y a la lluvia. Muebles antiguos fueron utilizados como leña, porcelanas chinas fueron destrozadas, antiguos objetos de vidrio o cristal, fueron fundidos o rotos.
En 1990, se descubrió que, literalmente, millones de libros antiguos alemanes, que trataban desde aeronáutica hasta las operaciones militares durante las Guerras Napoleónicas, estaban pudriéndose a causa de la humedad y los excrementos de paloma en un monasterio abandonado a las afueras de Moscú. Docenas de archivos sobre las mas variadas cuestiones, que habían sido meticulosamente organizados durante siglos en Alemania, fueron desperdigados y, casi con total seguridad, nunca volverán a identificarse y reunirse, eso, claro esta, si es que llegaron a sobrevivir a las terribles condiciones de almacenamiento.
La Rüstkamer, o armería, del castillo de Wartburg contenía una preciosa colección de más de ochocientas piezas de gran valor, que iban desde la armadura de Enrique II de Francia, a objetos pertenecientes a Federico “el Sabio”, a el Papa Julio II y a Bernhard von Weimar. Las fuerzas de ocupación soviéticas robaron la colección en 1946 y posteriormente “desaparecería” en la Unión Soviética. Veinte años después, el gobierno soviético decidió devolver cinco de las piezas de la colección.
Además del “Tesoro de Príamo”, el Ejercito Rojo, también se llevo una de las mas importantes colecciones de arte etrusco del mundo y una gran cantidad de jarrones, figuras de terracota, y otros objetos, cuyo origen se remontaba a la Grecia clásica. En 1992, después del derrumbe de la Unión Soviética, los gobiernos ruso y alemán firmaron un acuerdo de cooperación cultural. Pero, mientras el gobierno alemán si coopero plenamente, los rusos hizo caso omiso a la mayor parte de los puntos que componían el acuerdo alcanzado. En 1997, una alianza entre nacionalistas y comunistas consiguió que la Duma [parlamento ruso] aprobara una legislación que prohíbe de forma indefinida la devolución a Alemania de cualquier obra de arte u objeto valioso robado durante o después de la guerra.
La mayoría de los alemanes consideran que todo lo robado forma parte integrante del patrimonio de su país, incluidos alrededor de 5.800 libros robados de la biblioteca de Gotha. En 1580, la biblioteca ya era una referencia a nivel europeo por sus extraordinarios fondos que contenían libros sobre teología, historia, medicina general, cirugía, derecho, matemáticas, filosofía, minería, arquitectura, astronomía, historia militar, fiestas, festivales y folclore, numismática, mineralogía, biología y agricultura. La colección también incluía gran cantidad de mapas e ilustraciones antiguas. Es innecesario decir, que todos esos tesoros, que habían tenido la suerte de escapar a la campaña de bombardeos anglo-americana, fueron robados por los soviéticos.
El “Almanaque de Gotha” fue una vasta empresa que tenia como objetivo servir de “directorio” de toda la nobleza europea y que se publico por primera vez en el año 1763, en la corte ducal de Federico “el Sabio”. En el “almanaque” se encontraban registradas todas las casa nobiliarias de Europa, junto con sus distintas ramas, así como todas aquellas que eran ennoblecidas, año a año. Rápidamente se convirtió en una referencia para todas las monarquías europeas. El “almanaque” registraba todos los nacimientos, y hasta 1918, un aristócrata que deseara casarse y que su progenie conservara sus títulos y privilegios, debía casarse con una mujer cuyo rango en el “almanaque” fuera similar al suyo. Incluso hoy en día, el “almanaque” es una referencia histórica de gran importancia. Sin embargo, cuando los soviéticos ocuparon Gotha, en 1945, hicieron de la destrucción de todos los archivos del “almanaque” un espectáculo público.
Afortunadamente, existían suficientes copias de las distintas ediciones del “almanaque” en manos privadas como para hacer posible la recuperación del archivo. Ese mismo año, el “almanaque” dejo de publicarse. Hoy en día, los aristócratas europeos que tratan de recuperar los bienes robados por los regimenes comunistas, pueden consultar una nueva edición del “almanaque”, publicado en Londres, y que les esta resultando de gran ayuda a la hora de reclamar las propiedades de sus antepasados, aunque por desgracia el resultado final de sus demandas es bastante incierto.
El hermoso castillo de estilo barroco de Moritzburg fue construido entre 1542 y 1546, como pabellón de caza para el Duque Moritz de Sajonia y posteriormente seria remodelado por los arquitectos Matthäus Daniel Pöppelmann y Longeloune, por orden de Augusto “el Fuerte”, Elector de Sajonia y posteriormente, en dos ocasiones, rey de Polonia. Cuando, durante los días finales de la guerra los soviéticos se aproximaban a Moritzburg, algunos de los mas valiosos tesoros del castillo fueron ocultados para evitar su saqueo. Una parte de dichos tesoros permanecerían ocultos durante más de cincuenta años en los bosques que rodean el castillo, hasta que un cartero alemán con un detector de metales tuvo la suerte de encontrarlos. Los objetos fueron entregados a sus legítimos dueños, los herederos del ultimo rey de Sajonia, quienes mas tarde subastarían buena parte de lo recuperado, incluido un ataúd de plata y oro que mando fabricar Augusto “el Fuerte” en 1701. Estos tesoros eran solo una minúscula fracción de la colección perteneciente a la casa real de Sajonia, ya que la mayoría de los objetos enterrados fueron encontrados por los soviéticos y se encuentran oficialmente perdidos.