BIOTERRORISMOSe conoce por terrorismo biológico, o bioterrorismo al uso de agentes biológicos por parte de grupos subversivos para lograr sus objetivos políticos. Los agentes biológicos utilizados pueden ser patógenos o toxinas. Los patógenos son microorganismos que causan enfermedades, como el caso del ántrax; mientras que las toxinas, son químicos venenosos derivados de organismos vivos, como el gas mostaza.
El uso de enfermedades como recurso de guerra se remonta a la época romana, cuando estos envenenaban el agua de los pozos arrojando cadáveres para erradicar a una población. Los tártaros, por el año 1346, emplearon sus catapultas para lanzar cuerpos infectados en el interior de la ciudad amurallada de Kaffa. Según algunos historiadores este hecho introdujo la peste bubónica en Europa.
Ya en el siglo XX, durante la I Guerra Mundial, el gobierno británico almacenó cinco millones de raciones de alimento vacuno infectadas con ántrax, para infestar los rebaños alemanes en caso de que los científicos del Kaiser utilizaran armas bacteriológicas. Al término de la guerra, equipos de investigadores británicos, estadounidenses y canadienses estaban efectuando experimentos con bombas de ántrax antipersonas, que nunca llegaron a fabricarse. De hecho, los alemanes ya habían descubierto, en el caso del gas mostaza y el cloro, que algunas armas no eran fiables porque actuaban indiscriminadamente.
También fue en esta guerra cuando se puso a prueba la capacidad destructivas de las armas químicas (o tóxicas). Los alemanes, primeros en utilizar gases en combate, liberaron cloro desde recipientes cilíndricos formando nubes tóxicas que flotaban en dirección al enemigo. Tan sólo en el primer ataque, ocurrido el 22 de abril de 1915, se produjeron 20.000 bajas. Después de la respuesta inglesa, los alemanes comenzaron a utilizar granadas de "gas mostaza". Al final de la guerra, los gases tóxicos, producidos por 124.000 toneladas de líquidos que actuaban como rocío, habían causado la muerte de 92.000 personas.
En la II Guerra Mundial los japoneses realizaron una serie de experimentos en el campo de concentración 731 de Manchuria. Allí realizaron pruebas con los prisioneros a quienes provocaron infecciones de botulismo, encefalitis, tifo y viruela, entre otras enfermedades. Después de la guerra, Estados Unidos desarrolló armas que causaban ántrax, fiebre amarilla, tularemia, brucelosis y otros estados febriles, además de enfermedades que atacaban los cultivos.
Hoy en día el mayor temor no es que un estado agresivo pueda hacer uso de este tipo de armas. La amenaza proviene de los grupos terroristas, quienes pueden hacer uso de armas químicas y bacteriológicas, de forma indiscriminada o contra objetivos concretos.
El primer ataque a gran escala perpetrado por un grupo independiente se produjo en marzo de 1995 en Tokio. Miembros de la secta religiosa Aum Shinrikyo lanzaron gas sarín en el metro, donde 12 personas resultaron muertas y 5.500 heridas. La secta había logrado reclutar a algunos científicos con experiencia quienes, según los investigadores japoneses, también estaban realizando pruebas con otras sustancias, entre ellas el ántrax.
Existen pruebas de otros intentos de lanzar armas químicas y bacteriológicas. En 1995 fue detenido un hombre de Ohio que intentaba comprar cultivos de la peste bubónica a través del correo. Un año más tarde, la policía alemana confiscó a un grupo neonazi un disco informático cifrado con información sobre el uso del gas mostaza.
Para muchos la factibilidad del uso de estas armas por parte de grupos subversivos proviene por dos motivos principales. El primero, porque pueden servir para fines específicos como incapacitar a un número grande de personas, o causar daño económico destruyendo o dañando cosechas o ganados.
Una segunda razón sería causar muertes y enfermos en grandes cantidades. Las armas biológicas son relativamente más mortíferas que las armas termonucleares. Por ejemplo, 100 kilos de ántrax dispersados en Washington causarían unos 3 millones de muertes. Un megatón nuclear causaría aproximadamente 1.5 millones de muertos.
Además, cualquier país con una industria farmacéutica y biotecnológica de medianas proporciones tiene la capacidad para desarrollar armas biológicas. Si se tiene la tecnología para la fabricación de vacunas, medicinas, drogas, fármacos, así como centros de ingeniería genética, se posee la tecnología para la fabricación de agentes biológicos utilizados como armas biológicas.
La diseminación de estas armas en un ataque terrorista es relativamente sencillo. Su efectividad depende mucho del método y las condiciones atmosféricas. Afortunadamente, la diseminación por aerosol tiene menos efectividad debido a la pérdida de virulencia o muerte de muchos agentes patógenos, aunque este no es el caso del ántrax ni la viruela
http://www.elmundo.es/salud/281/19N0113.html